viernes, 13 de noviembre de 2009

Falta de ética.


Los ancianos cubanos se enfrentan a múltiples situaciones nada halagüeñas, la mayoría vive de la pensión o jubilación en pesos que no llega ni a los 20 CUC, cuando necesitarían unos 30 para vivir con cierto decoro, ellos desandan “lo que les queda por vivir” sin una ayuda adicional, y lo que es peor, sin una esperanza.

Y cuando me refiero a ayuda adicional es la que les pudiera dar un familiar, como es el caso de quienes viven en familia y reciben ayuda monetaria y espiritual adecuada, los que son, lamentablemente, minoría. En la actualidad muchos que recibían remesas del exterior han dejado de obtenerlas por fallecimiento de sus familiares, entre otras adversidades.

Cerca del mediodía, y en el horario de almuerzo se siente como un silencio en cualquier ciudad del país. En la capital sólo queda acercarse a los comedores comunitarios que están dispersos por todos los municipios. El de Manzanares, en la esquina de calle San Francisco y Avenida Carlos III, en Centro Habana da fe de ello.

Allí se pueden ver unos cincuenta o sesenta ancianos, la mayoría del sexo masculino, mal vestidos, portando maletines o bolsos grandes donde llevan casi siempre periódicos o cualquier objeto vendible. Es significativo no ver a muchas ancianas, ellas aunque tengan limitaciones, se esfuerzan por cocer sus propios alimentos.

La algarabía se escucha poco antes de llegar al espacioso portal donde esperan en una larga fila a que les toque su turno para almorzar. Lo extraño es que no se siente el olor de la comida que se les ofertará. Casi siempre un “potaje” sin sazón, ni proteína animal, solo el grano blando con una pizca de sal, arroz sucio y duro, y algo más que puede ser un huevo hervido, una croqueta o un trozo minúsculo de pescado, nunca una ración de carne suave y previamente adobada.

No obstante la mala calidad de estas comidas, las mismas representan un alivio para los de la tercera edad. Manuel vive con su madre y otro hermano, los tres cobran cada mes sus jubilaciones de 200 y 240 pesos pero “no alcanza”-admite el anciano.

Ellos se han acogido al comedor comunitario cercano a su domicilio en el barrio capitalino de Santos Suárez y, “al menos el potaje está blando, el arroz ya está hecho, y lo que hacemos es sazonar o terminar de cocinar al gusto nuestro”-acota.

En momentos como los actuales en que se ha analizado el quitar o dejar la libreta de productos normados, que sí ayuda en algo a personas como éstas y en que productos como el chícharo que valía centavos, ahora vale a 3.50 la libra, los más ancianos tienden a sentirse inseguros.

Adela vive sola con sus 78 años. Su hermano, unos años menor quisiera unirse con ella, pero “tendría que ir a vivir con el al campo, yo vivo aquí (en la ciudad) hace mucho tiempo, que me hago yo vieja y enferma en medio del monte, aquí hay hospital, de todo”-expresa con un dejo en la voz.

Esta anciana tenía una hermana residente en los Estados Unidos que compartía con ellos su salario, y después su pensión. Ahora vive en un asilo y ya no les ayuda. Adela acostumbrada a cierta estabilidad económica que le reportaban las pasadas remesas afirma casi no poder vivir en el mes con su pensión de 240 pesos -10 dólares- y los pocos alimentos que puede comprar con su libreta de abastecimiento.

Opina que al menos su hermana, con su retiro, pudo aspirar a un asilo. Ella que trabajó casi 40 años, pero que enviudó sin hijos, jamás ha tenido la esperanza de ser acogida en un asilo. “ojalá pudiera, yo diera mi casa y lo poco que tengo, para sentirme cuidada”-dio con la voz entrecortada.

Rafael Rubie, del reparto Asunción en Santiago de Cuba, vive solo con sus 70 años a cuestas, y sus miles de achaques. El jubilado es considerado un caso social por ser diabético, débil visual e impedido físico. Rafael se alimentaba en un comedor comunitario de su localidad desde hacía tiempo, pero un buen día se le denegó el imprescindible servicio.

El anciano enfermo ha acudido a diferentes instancias cuyos dirigentes pudieran ayudarlo, pero no ha tenido una respuesta positiva. Mientras piensa, y con razón, que la injusta medida de sacarlo del comedor demuestra además, una gran falta de sensibilidad humana, desde el momento en que no puede cocinar por estar operado de la vista.

Las historias recopiladas aquí son una página del enorme libro de tribulaciones y desatenciones que viven a diario los ancianos y ancianas cubanos, quienes dieron su aporte a la patria, a la sociedad y a la familia y hoy no saben que les pueda deparar este trayecto casi final, de sus vidas.

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