martes, 27 de octubre de 2009

Más allá del esfuerzo.


Veo a mi madre sentada en una butaca durante casi todo el día y a veces siento un pesar muy grande. Pienso en todos los años que trabajó como educadora, de su optimismo y de su empeño y entonces, me viene a la mente su pensión mínima, esa que apenas le alcanza, ya que tiene que pagar una mensualidad por el refrigerador.

Pienso también en todos los gastos que tengo que sufragarle como son las medicinas que casi nunca aparecen a menor precio con la receta médica, y hay que comprarlas en el mercado negro, o los alimentos difíciles de conseguir, su ropa y otras necesidades que harían interminable este párrafo.

Pero ella es, sin embargo, una privilegiada, porque tiene quien la atienda. Muchas de sus amigas, vecinas o colegas, contemporáneas con sus 85 años han fallecido, o tienen enfermedades crónicas como Diabetes, Cardiopatías u otras, que ella no padece, ¡pero caminan! Mi mamá lo hace con mucha dificultad, y hace unos 5 años que no baja los tres pisos sin ascensor.

Donde llevarla con los dos bastones que necesita para desplazarse en una barriada como la nuestra donde casi todas las calles y aceras están rotas. Diferentes arreglos realizados en las calles en fechas anteriores para instalar los pares de los teléfonos, el gas manufacturado u otros han dejado las vías llenas de huecos intransitables.

Ella no pierde las esperanzas de poder hacer algo útil, a pesar de que su mente a veces le falla, por la falta de terapias a las que no puede optar por no haber suficientes especialistas y técnicos, al preferir éstos irse a trabajar a otros países, con el objetivo de cobrar el dinero que les asegure cierta prosperidad.

¡Qué futuro tan incierto, tan poco prometedor se avecina para los jubilados o prestos a jubilarse! Hay tanto por hacer en cuanto a la seguridad y bienestar para los jubilados y pensionados, para esos que dedicaron sus años de juventud a dar su aporte a la sociedad, y aún hoy, sin fuerza persisten en su esfuerzo.

Da lástima ver a personas de la Tercera Edad realizando actividades ilegales para poder sufragar sus gastos, los hay que parecen mendigos sucios y andrajosos, a veces con ropa limpia, que alguna persona les regala, pero no son recogidos y llevados a una institución donde puedan ser atendidos.

Un anciano que vive en la calle San Lázaro luce mugriento. Vecinos que le conocen de décadas lo describen como un buen enfermero, ya retirado. Cada domingo él participa de la primera misa dominical en la Iglesia del Carmen, y en “el saludo de la paz” se acerca a otros fieles tendiéndole su mano sucia, él desanda las calles de su barrio con una falta de higiene atroz, y entonces, donde está la atención para un caso como ese, u otros peores.

Por eso no me canso de pensar en otros tiempos mejores, cuando mi madre estaba fuerte y no hacía más que trabajar en el hogar, en la escuela, cuando perdía la cuenta de las veces que subía o bajaba los 72 escalones que la acercaban a la vida cotidiana, sólo nos queda pensar en esos momentos y recordarlos, en la nostalgia.









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