viernes, 20 de mayo de 2011

Preocupación por los ancianos.



Los jóvenes se mueven por la capital cubana a través del transporte urbano y los taxis particulares conocidos como “almendrones”, en sus trayectos o en la espera para trasladarse, comentan sus inquietudes.

Cuestiones como la liberación de alimentos y otros productos subsidiados preocupan, cuando los más fuertes ven con lástima cómo los ancianos desandan las calles desde el amanecer, vendiendo desde café en termos, hasta diarios, bolsas de nylon o lo que aparezca.

Ellos se cohíben de sus gustos y necesidades para aumentar en algo la precaria pensión o jubilación que casi nunca llega a los 10 CUC – moneda convertible equiparada con el dólar de EE UU- que no es en la moneda en que se realizan los pagos a trabajadores y jubilados.

Una madre en sus treinta, vive en la periferia de la ciudad y opina como “la gente se solidariza con los viejitos porque ellos son los más desvalidos. Mira, el padre de mi hijo no vive aquí, pero no le falta nada porque él le manda dinero y yo trabajo, pero a esos viejitos quién los ayuda- cuestiona la joven.

Ramona se sienta cada mañana en un quicio cercano a la panadería de su barrio. Otras ancianas y ancianos le hacen compañía. Ellos llevan sus mercancías en viejos bolsos de tela y las exhiben, mientras el Jefe de Sector u otros agentes de la policía no arremetan contra ellos.

Las represalias van desde llamarles la atención y decirles que se marchen hasta decomisarles las mercaderías. En caso de quienes se han resistido a entregarlas, han sido conducidos a la estación; sin contar con que han sufrido registros en sus casas o han tenido que pagar multas demasiado altas para sus ingresos.

“Mis hijos y nietos trabajan pero no les alcanza lo que ganan para ayudarme. Yo arranco pa´ la calle todos los días, vendo lo que tenga, ahora me van a traer un café que está bastante bueno, la gente me lo quita de la mano”- dice Ramona y ordena unos pares de medias que tiene en una de sus manos.

“Una monedita pa´ mi mano partida” –exclama una ancianita acompañada de su perro. Ella se sitúa bien cerca de una cafetería particular ubicada en una céntrica zona en el barrio del Vedado. Con su súplica e imagen despierta la compasión de los transeúntes que le dejan caer monedas y billetes de diversos valores, que le permiten almorzar gratis.
El gobierno de la capital no ha preparado condiciones que garanticen el bienestar de quienes pertenecen a la tercera Edad, al solo brindarles escasos servicios de muy mala calidad entre los que están los comedores donde los más humildes pueden buscar almuerzo y comida a bajo precio, o ayudas que la Asistencia Social promete y nunca son disfrutadas por los ancianos necesitados.

Frases como “El problema más grave es la falta de atención a los mayores” o “tienen miedo de que quiten la libreta (de productos racionados) porque lo que ganan apenas les alcanza” se repiten sin cesar junto a “que el salario alcance para vivir” pues la inquietud de quienes trabajan es también la inquietud ante un futuro tan incierto.

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