La salida definitiva por motivos más económicos que políticos ha sido una de los sucesos más cotidianos durante los más de cincuenta años que separan a la historia de Cuba de aquel primero de enero de 1959, en que un cambio drástico terminó con el esplendor de una de las naciones más desarrolladas de la América Latina.
De nada valieron los estandartes de la pequeña Isla Caribeña , como potencia médica y educativa. Con el transcurso del tiempo se ha visto que no es tan perfecta en estos dos puntos tan fundamentales para el bienestar de cualquier país.
Si no se tiene la moneda fuerte e inalcanzable para las mayorías, no se puede sobornar al médico o al educador, no se puede llegar bien vestido a hacer una gestión, y mucho menos disfrutar de las variadas recreaciones que cuestan caras hasta para los que intentan llegar como turistas internacionales, o regresan para compartir unos pocos días junto a sus familiares.
Cada día son más los que se van. De nada importa que haya una crisis económica mundial que afecta en primer lugar a los nativos de las potencias que muchos las comparan con el Paraíso. Las barreras de idiomas e idiosincrasias, el poco o nulo acceso a las tecnologías ponen en apuros a los cubanos que arriban como emigrantes a los más diversos puntos del planeta.
Por una parte, es motivo de alegría que tantos cientos de miles de cubanos, de una manera u otra cumpla su sueño de escapar de una sociedad gobernada al antojo de quienes imponen ideas por encima de la prosperidad de los ciudadanos y su patria.
Por otra parte, es motivo de tristeza saber que nunca más veremos a estas personas; a no ser a través de las redes sociales o el correo electrónico; las otras vías de comunicación tienden a ser muy caras. Las fotos y mensajes se tornan fríos y llega el momento en que el dinamismo en que viven no les da tiempo para más.
Algunos le llaman “Tomarse la Coca Cola del Olvido”, que es como quitarse de arriba todas las frustraciones y pobrezas que parecen inacabables en Cuba, el no tener nada agradable que decir, el estar siempre sufriendo las escaseces , “el no tener”.
Con el tiempo los mensajes se hacen más cortos y monótonos, hasta que dejan de responderse. Miles de cubanos temen irse a través de embarcaciones donde pueden poner en peligro sus vidas; otros no tienen familiares que puedan invitarlos o reunificarse. Todo se hace más difícil en la tierra que tal parece una cárcel gigante con barrotes invisibles.
La intolerancia a quien mantenga su criterio y se enfrente a las ideas impuestas por los gobernantes puede llegar a las humillaciones más grandes, pueden ser injuriados, golpeados por turbas preparadas, como para dar a entender que el pueblo está indignado ante la ingratitud y la traición.
Por eso, cuando se va un amigo o una amiga es como una despedida, como un rompimiento total. Largas filas de cubanos y cubanas de todas las edades hacen gestiones en las embajadas, no importa si se pierde el dinero que cuestan tantas gestiones “no hay peor gestión que la que no se hace”; y así están los persistentes hasta que logran su objetivo. Algún día, si acaso vuelven unos días, que apenas dan tiempo para visitar a la familia, cuando el trabajo que desempeñan está por encima de todo sentimentalismo, si bien gracias a éste, la familia en Cuba tiene cierta ayuda que no podrá encontrar nunca por otra vía.
Cuando los familiares se abrazan en los alrededores de las embajadas si son aceptados como futuros emigrantes, es como vencer una gran batalla, quizás el primero de los retos que imponen los malos tiempos, que parecen no acabar jamás en La Mayor de las Antillas.
De nada valieron los estandartes de la pequeña Isla Caribeña , como potencia médica y educativa. Con el transcurso del tiempo se ha visto que no es tan perfecta en estos dos puntos tan fundamentales para el bienestar de cualquier país.
Si no se tiene la moneda fuerte e inalcanzable para las mayorías, no se puede sobornar al médico o al educador, no se puede llegar bien vestido a hacer una gestión, y mucho menos disfrutar de las variadas recreaciones que cuestan caras hasta para los que intentan llegar como turistas internacionales, o regresan para compartir unos pocos días junto a sus familiares.
Cada día son más los que se van. De nada importa que haya una crisis económica mundial que afecta en primer lugar a los nativos de las potencias que muchos las comparan con el Paraíso. Las barreras de idiomas e idiosincrasias, el poco o nulo acceso a las tecnologías ponen en apuros a los cubanos que arriban como emigrantes a los más diversos puntos del planeta.
Por una parte, es motivo de alegría que tantos cientos de miles de cubanos, de una manera u otra cumpla su sueño de escapar de una sociedad gobernada al antojo de quienes imponen ideas por encima de la prosperidad de los ciudadanos y su patria.
Por otra parte, es motivo de tristeza saber que nunca más veremos a estas personas; a no ser a través de las redes sociales o el correo electrónico; las otras vías de comunicación tienden a ser muy caras. Las fotos y mensajes se tornan fríos y llega el momento en que el dinamismo en que viven no les da tiempo para más.
Algunos le llaman “Tomarse la Coca Cola del Olvido”, que es como quitarse de arriba todas las frustraciones y pobrezas que parecen inacabables en Cuba, el no tener nada agradable que decir, el estar siempre sufriendo las escaseces , “el no tener”.
Con el tiempo los mensajes se hacen más cortos y monótonos, hasta que dejan de responderse. Miles de cubanos temen irse a través de embarcaciones donde pueden poner en peligro sus vidas; otros no tienen familiares que puedan invitarlos o reunificarse. Todo se hace más difícil en la tierra que tal parece una cárcel gigante con barrotes invisibles.
La intolerancia a quien mantenga su criterio y se enfrente a las ideas impuestas por los gobernantes puede llegar a las humillaciones más grandes, pueden ser injuriados, golpeados por turbas preparadas, como para dar a entender que el pueblo está indignado ante la ingratitud y la traición.
Por eso, cuando se va un amigo o una amiga es como una despedida, como un rompimiento total. Largas filas de cubanos y cubanas de todas las edades hacen gestiones en las embajadas, no importa si se pierde el dinero que cuestan tantas gestiones “no hay peor gestión que la que no se hace”; y así están los persistentes hasta que logran su objetivo. Algún día, si acaso vuelven unos días, que apenas dan tiempo para visitar a la familia, cuando el trabajo que desempeñan está por encima de todo sentimentalismo, si bien gracias a éste, la familia en Cuba tiene cierta ayuda que no podrá encontrar nunca por otra vía.
Cuando los familiares se abrazan en los alrededores de las embajadas si son aceptados como futuros emigrantes, es como vencer una gran batalla, quizás el primero de los retos que imponen los malos tiempos, que parecen no acabar jamás en La Mayor de las Antillas.
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